lunes, junio 19, 2006

Los otros asesinos de VANESSA

ME MANDARON ESTO POR E MAIL Y ME PARECIO BASTANTE INTERESANTE!



READING, PA.-Es fácil, en medio de una tragedia tan dolorosa y de un crimen tan repudiable como el que terminó con la vida de Vanessa Ramírez, mirar con horror y hasta odio, hacia quienes ejecutaron esa muerte tan brutal y estúpida.
Basta con intentar -inútilmente- ponerse un segundo en el lugar de los padres de la jovencita para que nos abrace el alma una oleada de congoja, que remite a aquellos versos de César Vallejo:
"Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé/ Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos/la resaca de todo lo sufrido/se empozara en el alma... Yo no sé./
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras/ en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte./ Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas/ o los heraldos negros que nos manda la muerte/".
La misma vida que nos da "besos en la boca", a veces también acuchilla el alma como si fuéramos Prometeos condenados a vivir por siempre con un águila devorándonos el hígado con su pico. En algunos casos, el águila se esmera.
El refugio en las religiones les brinda a muchos un parapeto tan precario como el de quien se protege de una bomba atómica poniéndose un pañuelo de algodón en la cabeza. No funciona porque el pañuelo sirva para algo, sino simplemente porque la naturaleza les negó a casi todos los seres humanos la facultad -quizás el privilegio- de morirse de tristeza.
Mi padre murió hace un tiempo, de causas naturales, pero vivió lo suficiente para, estando viejito, enfermo, desvalido, ser asaltado en la calle, por un tíguere que ni siquiera quería robarle, sino atropellarlo, hacer una exhibición de poderío animal sobre un ser indefenso. Le quitó unas chucherías que él llevaba en las manos y se las rompió, las tiró al suelo, lo abofeteó y se fue. Ni siquiera la muerte de mi padre me causó el agobio con el que todavía recuerdo sus palabras, la expresión de su rostro, los gestos de sus manos, cuando me contó ese episodio. Es fácil odiar a los asaltantes y criminales. Es fácil pedir sus cabezas, aún cuando no se tenga una hija muerta entre los brazos.
En mi casa de Santiago se han entrado dos veces. La última, sólo dejaron la basura de la corteza del queso y las naranjas que sacaron de la nevera y comieron en la cocina, mientras todos dormían. De casualidad no ha ocurrido una desgracia.
A mi mamá la asaltó un ladrón a menos de 10 metros de mi casa. El tipo iba en un motor. Se paró a su lado, sacó un cuchillo y le desprendió una cadena. A Sandrita, una prima de 9 años, dos tipos la asaltaron camino a la escuela -a tres cuadras de su casa- para quitarle una cadenita. La niña duró meses sin poder dormir, ni bañarse sola.
A mi amiga Joselín, abogada, un tipo en un motor intentó arrancarle el bolso. Con los halones, ella cayó la suelo, se dislocó un brazo, se lastimó la cara. El ladrón huyó con el asa de la cartera en la mano. Ella retuvo la cartera, no porque quisiera resistirse, sino del susto. A un hermano de mi amigo Juan lo acribillaron a balazos para robarle el dinero de un negocito de joyería. A Roque, intentaron secuestrarlo, mientras estaba con los nietos en el jardín de su casa.
De hecho, no conozco a nadie, -absolutamente a nadie- en Santiago, que no haya sufrido en los últimos años algún tipo de incidente con asaltantes.
Es fácil odiarlos, especialmente si a sus fechorías regulares se le añade un crimen absurdo, de una brutalidad gratuita. Es fácil reclamar todo el peso de la justicia contra unos quienes de "un manotazo duro, un golpe helado/ un hachazo invisible y homicida/ un empujón brutal..." cercenan a una muchacha-paloma, que no pudo desplegar sus alas y cuya vida fue arrebatada tan fácil, tan insensiblemente, como quien estruja una hoja de papel y la tira al zafacón.
Sin embargo, es necesario, es indispensable, preguntarse si los únicos y más aún, si los principales asesinos de Vanessa fueron estos asaltantes tan jóvenes y ya tan mutilados como personas. Hay que preguntarse en qué medida son responsables de sí mismos, unos seres humanos reducidos por su medio a la condición de bestezuelas.
Hay que preguntarse si entre los políticos que han aprovechado la muerte de Vanessa para buscar cámara, esos que hablan de penas de muerte y de cadenas perpetua, no habrá algunos que justamente son el paradigma de todo el éxito que pueden tener los delincuentes y ladrones en la sociedad dominicana.
Hay que preguntarse a quiénes están imitando, a quiénes desean parecerse, qué conductas están mimetizando los jóvenes delincuentes que han nacido y crecido en una sociedad donde nadie tiene que explicar de dónde ha sacado su fortuna, en la que gran parte de sus dirigentes no están en la cárcel porque la justicia no funciona y en donde la mayoría de gente "respetable" ha conseguido cuartos sin que importe cómo.
Hay que preguntarse en base a qué se supone que unos marginados, sin educación, sin trabajo, sin perspectivas, sin futuro, se dedicarán a ser ciudadanos apacibles regidos por autoridades y funcionarios que les pasan por el lado en sus exoneradas yipetas de lujo compradas, junto con todo lo demás, con los bienes públicos que tenían que invertirse en ellos.
Hay que preguntarse en qué medida, la impunidad, la falta de institucionalidad, la ostentación de bienes mal habidos, el desastre del sistema educativo, el robo impuesto como conducta normal en todas las dependencias del Estado, son promotores de la delincuencia común y la violencia generalizada.
Hay que preguntarse quiénes han creado y quiénes son los beneficiarios de una sociedad en donde la vida de una muchacha puede valer menos que un celular.
Los verdaderos responsables los van a encontrar en el mismo sitio donde se encuentran los responsables de que la vida de miles de niños y niñas desnutridos valga menos que el Faro a Colón o que el helicóptero de Aristy Castro o que los sombreros de la primera dama o que las exoneraciones de Marino Collante, o las reparaciones a La Catedral o las pensiones desproporcionadas para ex-funcionarios ineptos y venales.
Los tígueres de Pekín en Santiago -de donde provienen los acusados- no saben lo que vale una vida humana, porque las de ellos nunca ha valido nada. A los tígueres de Pekín ninguna instancia de la sociedad dominicana les ha enseñado que los seres humanos hay que respetarlos, porque nadie los ha respetado nunca a ellos. Lo único que han aprendido los tígueres de Pekín es que los cuartos se buscan donde sea y como sea, tal y como hacen los otros tígueres, los que son peores que ellos y que ahora se suman a las protestas contra la violencia..

cleo264@ yahoo.com
- Por Sara Pérez

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